Antares no existe.
La Edad de Acero está tocando a su fin, y aunque aún quedan grandes
prodigios por ser llevados a cabo (fusiones ecologiles, grandes
campastros...), ha llegado el momento de la despedida.
Los últimos pendones esmeraldas
recortan su figura contra el cielo
marchan despacio y en su tono grave
se advierten himnos y memorias suaves.
Se queda Antares todo silencioso
las sillas, proyector, pizarra y mesas
se entregan al ocaso proceloso
Adiós, Antares, en mi alma ilesa
serás albergue inmarcesible y puro,
refugio del clamor que nunca cesa.
Eres de fuego, Antares y en tus muros
el joven Baco y el robusto Marte
en nuestra eterna lid tomaron parte.
Con lanzas uno, el otro con racimos,
el púrpura engazado en el acero,
consiguió la venganza sobre Apolo.
No dejes vacilar nuestro camino,
soberbia Diosa de rubor de oro,
ubicua luz en el latir primero.
La guerra nunca acaba ni termina
y sin embargo el tiempo a ti te cierra
Antares destructora, peregrina.
Más honda es la amargura que se aferra
al duro lamentar, al arpa herida
cuanto más grande es el valor que encierra
aquello que dejó nuestra partida.
Ha llegado el final, nos despedimos,
buscamos una idea prometida,
dejamos el hogar en que vivimos.
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